miércoles, 28 de julio de 2010

Ciencia y chocolates


Se tiene normalmente una idea errónea de que la ciencia es sólo disfrutada por los científicos, los cuales son una especie de ratas de laboratorio cuyo único propósito es ir en busca de un gran descubrimiento. Afirmar esto, sería casi tan tonto como decir que ninguna persona puede disfrutar escuchar una sinfonía de Mozart si no ha estudiado alguna vez en su vida música, y conoce a la perfección cómo se escriben las notas en un cuaderno pautado. Es muy común que se nos olvide que vivimos en una era en la que la ciencia y la tecnología ocupan un lugar central en nuestras vidas. A donde quiera que volvamos los ojos, podemos ser testigos de prodigios como las computadoras, los aviones, los medicamentos, pero también de errores y horrores provocados por una mala aplicación de los conocimientos científicos.

Pero yo creo que todos podemos disfrutar de la ciencia e incluso nos puede proporcionar placer, sí tal como se oye: placer ¿por qué no? A fin de cuentas la ciencia es una actividad humana, creativa, y en sus productos no sólo es posible ver beneficios, sino también valores estéticos. Así que buscando esa relación entre placer, ciencia y cultura decidí escribir sobre los chocolates.

Aquellos que como yo, tengan una pasión desmedida por el chocolate no me dejarán mentir: el chocolate es adictivo. He escuchado a más de una persona decir que lo peor que les podría pasar en su vida sería que, por alguna razón, no pudieran comer más chocolates. Confieso que yo misma tengo ese temor oculto. Pero a pesar del gran placer que proporciona el devorar una acaramelada barra de chocolate aún existen personas a las que sorprendentemente no les gusta, hay los que incluso dirían que el comer chocolates no es más que una necesidad inventada por nosotros.

Gracias a la ciencia, podemos demostrar a esos odiosos abstemios del chocolate que se han equivocado.

De entre las cientos de sustancias que componen el chocolate hay una que podría ser la causante de nuestro delirio por él: la fenil-etil-amina, un compuesto que en el cerebro humano cumple las funciones de un neurotransmisor; es decir, un compuesto que ayuda a la transmisión de impulsos eléctricos entre las neuronas, ocasionando respuestas específicas en nuestro cuerpo, respuestas tales como el movernos, pensar, sentir dolor o placer, etc. dependiendo de la sustancia que se trate.
Los neurotransmisores son biomoléculas, es decir compuestos que se generan en el propio cuerpo, aunque también es posible que al conseguirlas de otra manera, por ejemplo cuando comemos chocolate, lleguen a nuestro cerebro y actúen sobre las neuronas. Esto mismo es lo que ocurre con muchas de las drogas psicotrópicas, pues al entrar en nuestro organismo actúan a la manera de neurotransmisores, desencadenando en muchos casos las sensaciones agradables que acompañan a su consumo, aunque también con muy desagradables consecuencias, como lesiones irreversibles en el sistema nervioso.

En el caso del chocolate, no están del todo comprobados sus efectos adictivos, pero se cree que la fenil-etil-amina está presente en el cerebro en la etapa del enamoramiento, ocasionando esa felicidad y euforia, que espero todos ustedes hayan sentido alguna vez. Si es cierto que este compuesto se encuentra en el chocolate, al consumirlo tendríamos las mismas sensaciones de felicidad y satisfacción que nos produce un ser amado. Justificando así el hecho de que muchas personas al sentirse tristes se consuelen comiendo chocolates. O que aunque no estemos del todo deprimidos, busquemos esa recompensa placentera al comerlos.

Quizás fuera por ese mismo placer oculto, por el cual para los prehispánicos el cacao era considerado un producto sagrado el cual no sólo tenia un valor de consumo sino también de intercambio. O que en la Europa de la ilustración, fuera tan bien recibido como estimulante femenino en los grandes salones del té. En fin, creo que sin importar si realmente el chocolate tiene una gran cantidad de fenil-etil-amina, de cualquier forma es un enorme placer comerlo.

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